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condiciones pueden los hombres ser amigos sin que exista un afecto
recíproco.
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CAPÍTULO VI
DEL AMOR PROPIO
Se ha discutido mucho si el hombre puede o no amarse a sí
mismo. Hay personas que creen que lo primero de todo es amarse a sí
mismo, y que, convirtiendo en regla el amor propio, miden por él todas
amistades para juzgarlas. Pero si nos atenemos a la teoría y a los
hechos que se producen evidentemente entre los amigos, estos dos
géneros de afección son contrarios en ciertos conceptos y en otros
parecen semejantes. La amistad que uno se profesa a sí mismo tiene
cierta analogía con la amistad, pero, absolutamente hablando, no es la
amistad, porque ser amado y amar deben necesariamente encontrarse
en dos seres completamente distintos. Pero se dirá: lo que prueba que
uno puede amarse a sí mismo es lo que se dice del hombre templado y
del intemperante, que lo son en cierta manera a la vez con plena
voluntad y a pesar suyo, porque en ellos las diversas partes del alma
están en cierta relación las unas con las otras. Poco más o menos es el
mismo fenómeno el ser uno su propio amigo o su propio enemigo, o el
hacerse daño a sí mismo. Todo esto supone dos seres necesariamente, y
dos seres separados y distintos. Si se admite que el alma puede ser dos
en cierta manera y que se divide, entonces estos fenómenos son
posibles en cierto sentido; pero si no se admite esta división, se hacen
imposibles. Según las maneras de ser del individuo para consigo
mismo, es como pueden definirse los diferentes modos de amar de que
hablamos ordinariamente en nuestros estudios. Y así, a los ojos de
muchos, el amigo es el que quiere el bien de otro o lo que cree ser su
bien, sin pensar para nada en las ventajas personales que él pueda
obtener, y sólo pensando en su amigo. Desde otro punto de vista parece
que se ama, sobre todo, a aquel cuya existencia se desea por él, y no
por uno mismo, aun sin participar de sus bienes y sin vivir con él. En
fin, desde el último punto de vista, se llama amigo a aquel con quien se
quiere vivir para gozar de su trato y no por otro motivo, como los
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padres que desean la existencia de sus hijos y viven, sin embargo, con
otras personas.
Todas estas opiniones sobre la amistad se rechazan y se excluyen
mutuamente. Uno exige que vuestro amigo piense absolutamente sólo
en vos; otro que sólo piense en vuestra existencia; un tercero que sólo
desee vivir con vos; y de otra manera y sin estas condiciones se declara
que no existe la amistad. En cuanto a nuestra opinión, creemos que
participar del dolor de otro sin segunda intención es darle una prueba
de verdadero afecto; pero no como los esclavos que cuidan a sus amos,
porque estos enfermos, por lo común, tienen generalmente muy mal
humor, y les prestan estos cuidados sin pensar para nada en ellos. Es
preciso que sea al modo de las madres que participan de los disgustos
de sus hijos; o de ciertos pájaros machos que comparten con las
hembras el dolor y las penas de la maternidad. El verdadero amigo no
se limita sólo a atestiguar su simpatía por el sufrimiento de su amigo,
sino que trata también de participar de este sufrimiento; así, por
ejemplo, compartiría la sed con su amigo, si fuese posible, o, por lo
menos, se esfuerza siempre en acercarse cuanto puede a esta
comunidad. La misma observación tiene lugar con respecto a la alegría
que comparte con su amigo; es preciso que se regocije por el amigo
mismo y sin otro motivo que el goce que éste experimenta. De aquí
nacen todas esas explicaciones que se dan de la amistad, cuando se
dice: "La amistad es una igualdad; los amigos verdaderos no tienen
más que un alma".
Con más razón se pueden aplicar todos estos razonamientos al
individuo solo. Es bueno que el individuo desee para sí mismo su
propio bien. Nadie se sirve a sí mismo con la mira de otro fin, ni por
ganar el favor de nadie. No puede comunicarse uno a sí mismo el
servicio que se ha hecho, porque él es uno solo; y el que quiera hacer
saber a otro que le ama parece que quiere más bien que se le ame que
no amar él realmente. En cuanto a desear la vida de alguno, a querer
vivir siempre con él, participar de sus alegrías y de sus dolores, a no
tener, en una palabra, mas que un alma, y a no poder pasar el uno sin el
otro, y morir si se es necesario juntos, he aquí lo que hace en grado
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eminente el individuo, en tanto que es él solo y que, al parecer, está
consigo mismo en una sociedad perpetua. Éstos son, lo reconozco,
todos los sentimientos que el hombre de bien experimenta para consigo
mismo. En el hombre malo, por lo contrario, todos estos sentimientos
están en desacuerdo; no está menos dividido que el intemperante, y he
aquí por qué puede ser hasta su propio enemigo. Pero, en tanto que el
individuo es uno e indivisible, se desea y se ama siempre a sí mismo.
Pues bien, esto es precisamente lo que son el hombre de bien y el
amigo, cuya afección es inspirada sólo por la virtud. Pero el hombre
malo no es uno: es muchos; cambia en un solo día absolutamente y está
cien veces disgustado de sí mismo; de donde concluyo que el amor que
tiene uno a su propia persona puede reducirse a la amistad del hombre
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