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La fontanela se alzó lentamente. La mujer la cogió cuando quedó completamente
desenroscada y la metió en uno de los platos de su bandeja. Tomando otro disco, lo
encajó en la fontanela abierta y se dirigió hacia el siguiente huevo, sin entretenerse en
mirar cómo giraba el disco hasta quedar ajustado.
Había colocado todos los recambios de su bandeja cuando tintineó un sol-sol-do.
La mujer exclamó:
 ¡Marchaos al diablo y dejadme en paz!
12
Las mujeres son una importante variedad del arte, aunque sea de las que exigen un
estudio y una dedicación exhaustivos, dice una nota de las memorias no escritas de
Gaspard de la Nuit. La recepcionista que salió en Sabiduría de los Siglos al oír su musical
sol-sol-do era demasiado lozana para tan mohoso cuchitril, con sus estanterías de libros
viejos y un polvoriento friso de estrellas de David y cruces de Isis. Mientras respiraba con
dificultad y carraspeaba, Gaspard admiró a la recepcionista dando gracias a los dioses
por el retorno de las faldas al mundo no literario: unas faldas cortas y ajustadas que
realzaban las piernas perfectas enfundadas en finas medias. Un vaporoso jersey marcaba
sus protuberancias delanteras tan armoniosamente como los brillantes bucles castaños se
adaptaban a su cabecita y a los sonrosados lóbulos de sus orejas.
Zane Gort silbó el cortés saludo robótico que todas las hembras humanas encontraban
tan divertido.
En vista de que Gaspard no daba por terminada su inspección, la recién aparecida dijo
con cierto descaro:
 Bien, bien. Yo ya estoy demasiado vista, conque dejémonos de resoplidos y
vayamos al grano.
Gaspard se autocensuró la respuesta: «Por mí, encantado, si dispones de un sofá y no
te importa la presencia de un robot». En vez de eso dijo, a modo de excusa:
 Hemos venido corriendo. Un piquete de escritores nos ha tendido una emboscada, y
hemos tenido que deshacer cinco manzanas de camino para librarnos de esos maníacos.
Se habrán olido que la Rocket prepara algo. Les hemos despistado saltando al camión de
un chatarrero. Ahora se dirigen al Paseo de la Lectoría, atraídos por las destrozadas
máquinas redactoras.
Recordando la observación sobre sus resoplidos, agregó:
 A propósito, me gustaría verla correr mil metros siguiendo el paso que marca un
robot.
 Estoy segura de que desarrollaría unos muslos como toneles  replicó la muchacha,
mirando de arriba a abajo al magullado Gaspard . Pero, ¿qué les ha traído aquí? Esto
no es un dispensario, ni una estación de engrase  añadió a intención de Zane Gort, que
acababa de soltar un crujido mientras daba la vuelta en torno a Gaspard para echar una
ojeada a los libros.
 Mire, nena  dijo Gaspard, malhumorado . Dejémonos de tonterías y hablemos en
serio. Nos han enviado aquí para algo concreto. ¿Dónde está ese ordenador enano?
Gaspard había estado meditando cómo debía formular aquella pregunta. Cuando
Flaxman habló de «un cerebro» por teléfono, Gaspard tuvo la momentánea visión de un
enorme globo, con unos grandes y malignos ojos que brillaban en la oscuridad, montado
sobre un diminuto cuerpo contrahecho o quizás en un pequeño pedestal coriáceo con
serpenteantes patas de pulpo; en definitiva, una especie de monstruo marciano, aunque
no ignoraba que los cerebros de los verdaderos marcianos iban alojados en sus tórax de
coleópteros revestidos de un caparazón negro. Más tarde, Gaspard imaginó unos sesos
sonrosados flotando en una cubeta de ambarino líquido nutritivo... o tal vez nadando en
una bañera del mismo líquido, meneando sus patas de pulpo. (Realmente, la imagen de
un cerebro con tentáculos parecía muy arraigada en la imaginación humana, como
arquetipo del arácnido inteligente, perverso y gigantesco.)
Pero luego, Gaspard llegó a la conclusión de que todas sus imaginaciones eran
infantiles, y que al hablar de «un cerebro», Flaxman debía referirse a algún tipo de
calculadora o banco de memoria  aunque no se trataba de un robot ni de una máquina
de redactar , probablemente de tamaño más bien reducido, puesto que iba a ser
transportado por una persona. AI fin y al cabo, los profanos habían llamado «cerebros
electrónicos» a los primeros ordenadores digitales. Durante una docena de lustros los
científicos habían calificado de sensacionalista aquella terminología. Luego, cuando los
robots desarrollaron conciencia, se apresuraron a rectificar, asegurando que aquel
nombre era muy apropiado. Zane Gort, por ejemplo, tenía un cerebro eléctrico lo mismo
que todos los robots, incluyendo cierto número de brillantes robots científicos que tenían
en alta estima el equipo mental electrónico.
Al preguntar por un ordenador enano Gaspard quería persuadirse, para su propia
satisfacción, de que fuese ésa, más o menos, la verdadera naturaleza del «cerebro» de
que había hablado Flaxman.
Pero la muchacha enarcó las cejas y dijo:
 No sé de qué me habla.
 Seguro que si  insistió Gaspard, confianzudo . El ordenador enano es lo que
llaman un cerebro. Venimos a por uno.
La muchacha le miró fijamente y dijo:
 Aquí no trabajamos con ordenadores.
 Bueno, pues la máquina-cerebro, sea lo que sea.
 Aquí no trabajamos con ninguna clase de máquinas  dijo la muchacha.
 De acuerdo, de acuerdo. Un cerebro y nada más, entonces.
Tal como lo dijo Gaspard, sonó como si pidiera una hamburguesa, y la expresión de la
joven se hizo más severa.
 ¿Qué cerebro?  preguntó fríamente.
 El de Flaxman. Quiero decir el cerebro que Flaxman necesita... y también
Cullingham. Usted debería saberlo.
Ignorando las últimas palabras, la muchacha inquirió:
 ¿Ambos necesitan el mismo cerebro?
 Desde luego. Dese prisa.
El hielo en la voz de la muchacha se hizo cortante como un puñal. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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